Supongo (y digo supongo porque a mí, desgraciadamente, no me ha sucedido, ¡todo se andará!) que uno de los mayores placeres que debe sentir alguien que va a restaurar una casa, y más si es la suya propia, es levantar una vieja moqueta, o un sintansol (que todo tipo de desastres se han hecho tiempos ha), y descubrir un suelo como el que reviste la práctica totalidad (excepto la cocina y los baños) de la casa parisina que ocupa el post de hoy.
Este maravilloso suelo de madera en espiga se convierte en protagonista absoluto de toda la vivienda, miremos donde miremos, en cualquiera de las fotografías, el suelo nos pide a gritos que dirijamos la vista hacia él. El resto de elementos arquitectónicos tampoco tiene desperdicio: los techos altísimos coronados por estupendas molduras, la carpintería en puertas y ventanas, las chimeneas, etc., todos ellos en un blanco inmaculado para dejar todo el foco de atención al suelo.
Lo mismo sucede con la decoración. Los muebles y los objetos decorativos son escasos, pero muy seleccionados, casi todos de estilo moderno, para contrastar (y realzar, una vez más) con el rey de la casa: el suelo. ¡Quién lo pillara!
Procedencia de las imágenes: Remodelista