Esta es probablemente una vivienda que muchos de vosotros hayáis visto con anterioridad en publicaciones de decoración y en algunos blogs, pero hace unos días me he vuelto a encontrar con ella y sigue fascinándome como la primera vez que la vi porque es un claro exponente de que los proyectos de interiorismo, si se hacen de manera inteligente, con emoción, inyectando grandes dosis de personalidad, pueden llegar a convertirse en verdaderas obras de arte.
Son numerosas las características destacables en esta casa, pero quiero centrarme en dos. Por un lado, la presencia constante, en todos y cada uno de los espacios, de destellos dorados o, en su defecto, de tonalidades amarillas: en los radiadores, en algunas de las lámparas y techos, en los marcos de los espejos, en algunas de las obras de arte, etc., que dotan de uniformidad al esquema decorativo y dan a la vivienda un toque elegante, muy chic.
Por otro lado, el eclecticismo en la decoración, logrado a través de la inclusión de piezas en constraste: clásicas y modernas, nuevas y viejas, de diferentes procedencias geográficas (hay una gran presencia de elementos orientales, que nos recuerdan la ubicación de la vivienda), etc., todo ello inmerso en un cubo arquitectónico de raíces clásicas.
¿No os parece espectacular?
Imágenes: Yatzer